domingo, 8 de julio de 2012

Mapa. Olfateando la ciudad..



Berandu ibiltzea berezko ezaugarri dut eta La Marcha aldizkarian argitaratze geratu zitzaidan testua doakizue.. La impuntualidad es parte de mi naturaleza y este texto se quedó entre los  bastidores para la revista de La Marcha...












argazkia: Jesus Gonzalez Rodriguez.


Me despierta la bruma matinal y los dos grados de Santiago.

Llevo semanas frecuentando el centro, siempre hay algún menú para mí. El Mapocho luce que no luce pero apenas lleva cadáveres radioactivos de viaje. El barrio Italia calienta mis cuatro patas y las sopaipillas caídas en la acera acallan mi hambre canina. Mi brújula me acerca al Puente Cal y Canto; hay dos señoras que siempre me regalan frituras y comida caduca. Siempre llenas de amor con lo poco que tienen. Venden olores bajo sospecha, pasado pesado y pescado sin olor a mar. Huelen a mujeres vividas, a sufrimiento. Huelen a supervivencia. A veces pienso que ellas también tienen un olfato sobrehumano y detectan el hambre y la soledad. Para mí, son como dos ángeles caídos.


El mercado de la Vega es un festi-mal de olores, que de mal-o no tiene nada, es puro goce para la pituitaria, eso no más, y aclaro que son juegos de palabras bailando en distintos hemisferios. Ahí siempre estoy a punto de desfallecer. Se me mezclan verduras frescas y platos sin nombre. Mi instinto también se deleita en la puerta de los restaurantes con olores cálidos y sabores que imagino. Huelen a mar y campo, y sus especies me transportan hasta callejuelas orientales y zocos arábicos… como es la imaginación, oye.

Pasada la hora del almuerzo, cuando la suerte ronronea bajo mis orejitas y consigo llevarme algún manjar a la boca ( de los que los humanos llaman sobras, ya tu sabes…), voy subiendo hacia la cordillera. Ya he entrado en Providencia. La gente corre y me esquiva. Algunas me saludan, otros me empujan. La calle esta sobrepoblada de trajes con olor a Gaultier y Loewe, pareciera que navego entre dos mares: el de los pobres con perfume barato y ropa deshilada; y el de los ricos, con carmín de marca, olor a cerezas y ropa planchada.

Siempre me pasa lo mismo. Termino ebrio de sabores y sombras. Ya mi nariz apenas distingue entre el humo de la micro y los cigarrillos light. Busco en Ñuñoa un parque habitado con hojas de hierba para guardarme de la noche. Cambio de barrio para seguir probando suerte, algo de comida y quizá una caricia de nadie. Dormiré un rato para volver a empezar mañana, también lunes, siempre lunes… y es que yo no entiendo de feriados ni fiestas patrias, solo de hambre, ruinas y olores a vida. Y muerte.

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